Teresa quiso describir lo que significa perder a una hija, perder al yerno que va preso y retomar una responsabilidad que ya había metido a los cajones: el de criar a un niño. Su rutina completa y la de toda su familia cambió cuando su hija fue asesinada por su esposo y con esto, convirtió en huérfano a su nieto. Nada volvió a ser igual, y nadie se hizo responsable del niño, más que esta familia que es por hoy la más grande red de seguridad.
Aquella mañana Teresa estaba de fiesta. De hecho, llevaba ya varios días festejando la llegada de sus familiares al país. Había algarabía por los recién llegados, estaban afanados armando tamales y horneando pan. Esperaban que el resto de la familia se les uniera pronto.
Ese día, muy temprano había recibido la llamada de su hija mayor que estaba en San Salvador. No iba a poder desplazarse hacia el oriente porque tenía varios inconvenientes de los que no dio mayores detalles.
Así que la fiesta siguió.
A las 7:00 p.m. de ese mismo día recibió la llamada que le iba a cambiar la vida, pero ella todavía no lo sabía. Su hijo la urgió para que regresara a San Salvador, pero no quería darle más detalles. Finalmente le reconoció que su hermana mayor había desaparecido. Nadie sabía nada de ella desde la mañana.
“Esa noche la sentí eterna”, me dice, sin verme a los ojos, con la mirada perdida en un punto extraviado, como le suele ocurrir cada vez que recuerda los hechos.
En el mismo momento le escribió a su yerno, a quien en este relato llamaremos Ramón. Entonces, ella pensó que toda la familia corría peligro y le pidió que él y su nieto se movieran de su casa.
“Él me contesto. Espéreme, que aquí tengo en el teléfono todavía su mensaje: ‘Aquí me voy a quedar, si me le han hecho algo a mi chelita, le quiero ver la cara a ese hijo de puta'”.
Teresa conserva los mensajes de esos días. Pronto entendió que serían importante para el proceso que estaba por enfrentar.
Le puso un segundo mensaje a Ramón, y le dijo que no entendía cómo le había pasado algo así a su hija “si ella es cautelosa”. Estaba confundida, me dice.
De ese mensaje ya no obtuvo respuesta.
Teresa asegura que su hija era reservada en cuestiones de pareja, que poco comentaba sobre lo que pasaba pero que en alguna ocasión le dijo a su mamá que no creyera, que ella no conocía bien a Ramón. “No es lo que parece”, le habría soltado, un día que supo que habían discutido. Pero ahora, esta madre asume que su hija no quería preocuparla.
Salió de oriente a las 5:00 a.m. porque su familia no la dejó exponerse en la noche. Ya en San Salvador la recogió su hijo y se fue a su casa. No sabía bien qué hacer ni a dónde ir, pero sabía que tenía que moverse, su hija seguía desaparecida.
Para entonces, su yerno ya estaba poniendo la denuncia en la delegación. Apenas uno minutos más tarde dice que vio en Facebook información de que habían encontrado el cuerpo de su hija o al menos el de alguien que se le parecía mucho. Llegaron investigadores a su casa.
Al final Teresa no fue a reconocer ese cuerpo que habían encontrado. Su hijo le sugirió quedarse con el nieto y ella consideró que era lo mejor.
Poco tiempo pasó cuando ella recibió la confirmación de que se trataba de su hija. Su primogénita. No entendía nada, estaba desconsolada. “No podría explicarle con palabras lo que sentí”, me dice.
Lo que sí recuerda es que pensó que quería tener algunas cosas de ella, cosas que ahora le parecía que serían un tesoro. “Estaba en su casa y agarré unas cosas para llevármelas a mi casa, era mi hija. Quería tener algo suyo, que oliera a ella. Pero en eso llegó él y me salió bien enojado, me dijo ‘todo se queda aquí'”. Discutieron un poco y finalmente, al verlo alterado ella cedió.
Su nieto también se quedó con él esa noche.
Entonces hubo un sucesión de hechos cuyo culmen fue la captura de Ramón.
“Yo no sospeché de él hasta que lo capturaron. Ese día —el de la captura— me fui a la casa de mi hija para no sacar al niño de allí. El niño no comía, no dormía, estaba activo 24 horas, andaba bien acelerado”, relata. El pequeño a penas sumaba los cinco años y está diagnosticado con autismo.
Si ya explicarle a un pequeño que su madre no volverá es difícil, hacerlo con él era todavía más complicado.
“Yo había convivido bastante con el niño, mi hija me lo llevaba siempre. Lo primero que hice es que lo saqué de su cuarto y lo puse a dormir conmigo para que no sintiera que estaba solo. Había un gran vacío, eso me decía mi corazón, su rutina ya no existía”.
Pronto el pequeño se aferró a lo único que le quedaba: su abuela. “Después ya hasta corría su cuarto a traer sus almohaditas para quedarse conmigo, y se adaptó a eso”.
El pequeño suele oler los brazos de su abuela, “me toca la cara y va parte por parte, me dibuja con sus dedos los ojos, la nariz, toda la cara”, es como si quisiera que su olor y la estructura de su cara no se le olviden nunca.
Sin mamá ni papá
El pequeño apenas podía dibujar esta historia trágica que le iba a tocar vivir: Su mamá había muerto a manos de su papá. A cargo de él quedó su abuela y su abuelo materno y su tío, el hermano menor de la víctima.
“Yo le ponía su pijama, me quedaba con él, platicábamos antes de que se durmiera. Pero a media noche se despertaba y decía ‘hay un gran problema…’, ‘Esto es terrible’, decía mi niño, Nada más”, relata la abuela.
Teresa a penas y podía lidiar con el duelo de haber perdido a su hija mayor, la que más se parece a ella, cercana, dulce, pendiente de todos. Pero entendió que a pesar de ese dolor tan inexplicable tenía que encontrar un camino de cordura porque tenía que hacerse responsable de su nieto.
No conocía las rutinas escolares de él, ni sabía de fechas de consulta ni de los especialistas específicos que lo trataban, no sabía dónde llevarlo para recibir apoyo y en medio de esa locura de perder a su hija a causa de un feminicidio íntimo tampoco sabía dónde comenzar a buscar.
“Cuando nos devolvieron el carro encontré unos documentos. Y casi al mismo tiempo encontré una libreta y fui dando con los nombres específicos de los médicos. El niño tenía cita médica ya cerca y no la perdió. Fuimos al neurólogo y le dije los problemas que estaban pasando”. El médico lo evaluó y lo medicó. “Estaba ansioso, hiperactivo, con insomnio, pero así finalmente se comenzó a calmar”.
Lo que no se ve, un cambio de vida
Teresa tiene 54 años. Tuvo tres hijos pero la vida ya le quitó dos. Su hija mayor, a manos de su yerno, y su hijo de en medio a causa del cáncer.
Pensó, además, que había terminado su labor como madre de niños dependientes, hace mucho, porque sus hijos estaban cerca pero habían hecho ya su vida. Esa mañana de abril, aunque ella no lo sabía, su vida iba a cambiar radicalmente. Su vida y su rutina.
Había estado viajando regularmente a oriente a cuidar a su mamá y a una sobrina que suele convulsionar. Ahora casi no va.
Su tiempo y su dedicación está enfocado en su nieto. “Estoy viviendo de nuevo la maternidad”, me dice, con una media sonrisa, la primera que se asoma desde que empezó la entrevista.
Fue madre por primera vez a los 19 años, así que ahora está recordando todo. Su nieto recibe terapias ocupacionales y pedagógicas. Está mejor adaptado —él también— a esta nueva rutina que no pidió. Habla más y se desenvuelve mejor. Está bajo tratamiento y en control permanente con diversos especialistas.
“A veces está sensible y dice ‘mi mamá’… Al final del día, a veces, dice ‘mamá… mamá'”.
La familia sospecha que el pequeño vio cuando su papá atacó a su mamá, o al menos supo que había pasado algo fuerte entre ellos.
Ha recibido algunas terapias y el ISRI también lo atendió por dos años, como parte de beneficios del estado. Pero de momento, la mayor parte de la carga recae sobre la nueva familia que se ha construido alrededor del menor.
El tema legal, como la falta de datos sobre niños que pierden a su mamá y su papá en casos como el del pequeño de este relato, también es un asunto pendiente del Estado.
En una pareja legalmente constituida el cónyuge suele ser el beneficiario en todos los procesos que siguen a la muerte de uno de ellos. No hay nada que contemple una excepción cuando la pareja es el culpable o el presunto culpable del crimen.
“Todo se congela, todo está bloqueado”, me dice Teresa. Y La familia también ha tenido que aprender a lidiar con esto.
Pero nada es determinante para ella, nada es peor que la pérdida de la vida de su hija, nada la angustia más que eso y el compromiso que siente con su nieto
“Es lo único que me quedó de ella, yo me hago responsable, yo lo cuido y no voy a permitir que nadie me lo quite, lo voy a defender y cuidar con uñas y dientes”.
Y eso que asegura sin romanticismos que al principio se sentía perdida y no sabía bien cómo sobrellevar todo lo relacionado a su nieto. Tuvo que reconocerlo desde otra perspectiva.
Sus dinámicas han cambiado. Dice que de alguna manera la rutina junto al pequeño le ha ayudado a sobrellevar el dolor.
“Lo más difícil es acostumbrarme a la idea de que ella ya no está. Eso no se supera nunca y eso es lo más difícil”, me dice, y la mirada vuelve a enfocarse en un punto fijo, pero lejano.
Entonces se vuelve a incorporar a la conversación y me explica que el niño le ha ayudado a llenar vacíos que habían, que le recuerda a su propio hijo cuando estaba pequeño, y le recuerda a su hija, de quien heredó varias actitudes y gestos.
Con lo que también tiene que lidiar es con la traición. Eso siente de su yerno. “Yo le llegué a tener mucho cariño, lo quería como a un hijo, como había perdido uno, sentía que había alguien más allí. Me siento traicionada porque no merecía esto. Ni yo, ni mi hija, ni mi familia, porque nunca nadie lo vio mal a él. Pero no le importó dañar, ni siquiera le importó su hijo”.
VIA LA PRENSA GRAFICA